Jamila Medina Ríos
Guanajay-Ciénaga-Matanzas
Muchas horas antes de partir, camino con mi padre hasta la estación que vimos renacer, desnuda de rieles todavía, aborto CAME. En el andén quiero agacharme a hincar las manos en el surco de piedras, como quien se dobla sobre el agua desde un bote.
Ya subidos: Caimito-Bauta, estaciones clandestinas, casuchas, torres de iglesia en medio de lo que llamamos La Nada, y al costado la vaina de la tierra, esperando su mallal de perlees. Perros corriendo otra vez tras el bufido del tren (muchos Aquiles para un solo Héctor), con una terquedad que nunca me parece maquinal. Alegres. ¿Furibundos?
El conductor coge el dinero de las manos y siento como si manipulara nuestra comida sin guantes. No nos entrega boletos, no agujerea para mí, dejando trazas de recorrido. Sin quererlo viajo de polizón y llego desazonada a La Vana, como quien no hubiera vivido el vaivén del vagón, con su puerta azul abriéndose-y-cerrándose hacia nosotros-hacia el vacío, y sus asientos de pana aún sin sarna.
Centrales, carretas y esos coches misteriosamente llamados grillas o arañas. Trípodes de medidas geodésicas y tablitas con números al borde de la carretera. Signos inentendibles. Agujeros en el largo boleto de los rieles.
La línea de dos puntos Guanajay-Tulipán… se interrumpe de improviso en un vértice ciego. Antes de Ciénaga, mi padre se baja con el tren en marcha. Lo veo insecto en el estrecho callejón. Me bajo y desando entre las casas inclinadas (como arcada de árboles sobre la línea misma); destejo buscando el empate, el cruce, donde quedó mi padre como un saco de carbón, un lastre suelto sin aviso. Sin esperanzas. Es demasiada esta avalancha para estarse allí, varada aguardando un retorno, dejándose contornear.
Me marcho también.
Pasada una hora, por teléfono, logro tocarle la mano. Jadea un poco. Está bien. No esperó que volviera. No extrañó. Tardó un poco en llegar porque se fue andando por el bosque hasta su casa en Playa.
De tarde, cuando me subo a una guagua con la misma mochila enfilando a la(s) Matanza(s), dejadas en manos de amiga cumpleañera la mitad de las frutas que mi madre me da, regurgito los consejos de mi padre:
Cabecita derecha,
hombros alineados,
mirada arriba y a lo lejos.
Vete a donde debas ir…
Yo, que todavía no sé controlar el ritmo de mi respiración, que no haré hijos, que no quiero sembrarme en una casa (las manos apenas alrededor de un vaso de cualquier cosa caliente, que siempre pruebo antes de tiempo, quemando lengua y paladar). Yo, que todavía pichón escribo diligente en libreticas con mi letra ilegible y escarbo en anaqueles polvorientos, navegando sin prisa en el pasado. Yo, que perdí mi paso-al-frente y solo añoro entrar en viaje indetenible de ciudad en ciudad, para no entrar tan sola en mí…, he obtenido el permiso de mi padre, me han levantado la condena del cuidado final… (Nanadora/ acunadora/ sanadora.)
Guardo silencio, pero no hay gorjeo, tableteo en el pecho presuroso. Hace tiempo que viajo solo en círculos. Hace tiempo que partí, aunque no sé a dónde voy…