Reynaldo Jiménez
lo declara el anfibio
lo declara el anfibio
Algo del cosquilleo genital inquieta la estepa rociada,
premura de la mañana asimilada al rocío que el suspenso dejó.
A la salida de niebla, el sol boquea puros instintos de bicho.
Es nítido riel de relumbre a pintas rajadas del aborigen solar,
como en todo trompo desfondo cierta intermitencia desprotege.
¿De qué se guarda esa fugaz aparición entre linajes de fibras?
No evito esta hermandad de nervaduras. Suspender no quiero
el hábito de hacer aliento. Sino dispuesto estoy a dejarme
penetrar por la escarpada
luz de una escafandra, emerger inmóvil desde la ola
hasta la casa de guaguas adonde reverbera lo que se fue
en tizne con lo que habrá de volver, aunque nadie se entere.
No es el iris del jardín lo que hace palpable al parpadeo.
Ni parpadeo un aplauso. Detrás del corazón hay un ausente.
Los que persiguen su propio pecho desvanecen la hora,
mastican el muérdago ras de su aventura, cómitres de arena
en el castigo paralinear de esa convidada lumbre al aguzarse.
Las otras sombras continúan anubadas. Es la bobera del ser,
la parálisis chinesca de lo que observa su nido autómata,
mientras la prosodia continuidad estalla en cada nudo o yema,
cada pálpito espejea al instante de un insomnio feroz adonde
una pregunta por el sol equivale a un revoloteo abichado.
Pero en ese cauce del rumor no se ha perdido la trasluz.
En esa hoja que mirabas no se podía discernir, alga
de remanencias, oscuro semen que exige, simple
raíz de mantra, despedazado el ágora al rocío
da vueltas alrededor de su desvío del ahora, inauditas
ínfulas dictándose a sí mismas. Alga del sucedáneo, no
hallas en mí dónde anidar, sin fibrilar sin ser amada.
Pero en tal roce temblor hay otro que teme, momento
destinado a la sima del susurro, cae
la piedra angular del despeñadero en
vértigo de honduras en el cáliz jugoso de la flor.
Nadie tan aquí. Ninguno alcanza desflorada
la vertiente que a su margen recupera, en forma
el sentimiento está en las formas y un pestañeo
lo pierde. La mañana yéndose está. O el girar de antiguo
entre las plantas risueña sin mañana ya sin mirarte sin
arte nadie ninguno es suficiente ni uno alcanza.