Juana Adcock
PENIQUES, o de cómo single-handedly nos saqué de la crisis
PENIQUES, o de cómo single-handedly nos saqué de la crisis
Cuando llegué al dizque unido reino reinado
por autómatas y fantoches se me terminó
muy prontamente el dinero. Encontré en la alacena
del humilde hostal que me hospedaba un frasco
de monedas marrón en conserva.
De esa gelatina vital fui robando de cien en cien
para comprar un litro de leche, cualquier pan.
Hurgaba también
en el basurero las sobras de espagueti
los pimientos casi podridos.
A menudo en mis últimas horas de esperanza
encontraba en un charco una pesada moneda de libra
entonces lo invertía todo,
dios de la moneda por el dios del cacao.
Robaba las manzanas que se habían caído al pavimento
robaba sortijas plásticas de tiendas de regalos y novedades.
Madrugaba para sentarme esclava ante la caja registradora.
Las monedas que caían al ser contadas
engrapándoseme en la sien con su olor agudo
a balazos en otras tierras robadas de otros hombres.
No es mío, no es mío, no es mío, no es mío, no es tuyo, no es suyo, no es nuestro.
Cuántas veces tuve que caminar durante horas porque
no encontré el penique faltante para completar el pasaje.
Otrora el cobre. Cobre, cobre bien. Para que sepan
valorar lo que es bueno. Cobré. Pero un día recordé
el sempiternamente lleno frasco de conservas.
Había que repartir, sembrar las monedas en los asfaltos,
cultivar un sentimiento de abundancia –a penny a day
keeps your bad luck away– que al final es
esa sola fécula espécula financiaria intención mágica
lo que convierte al dinero auto-referenciándose
en dinero auto-referenciándose. El dios del dinero es circular:
que no se estanque, que –meagre as milk– no se acabe
vacas que vierten orines, ese claro
whisky first currency of Scotland
uisge beatha first water of life
pissed out of a cow
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