Luis Osvaldo Tedesco
Trabajo
Trabajo
Todo lo que ves, Musulmán, desde el portón de tu casa, es obra de plebe, cabecitas, sangre plebeya. La zanja, la calle de barro y la otra asfaltada, la vereda, el umbral reluciente de la casa vecina, el árbol de sombra nudosa, los postes, los cables combados en arcos pasivos, eso que ves, Musulmán, te fue dado, la luz de tu pieza, la mesa, el vidrio radiante y las plantas del patio, la sábana yerta sobre la cama sin \Ella, todo es trabajo, brazos partidos en los terrenos del mundo. Es bueno que lo aceptes, tus dominios son obra de sangre sumisa. Cal, arena, cemento, ladrillos, la unción vertical de la plomada, vinieron de lejos, y las simetrías adversas del aire fueron vencidas por multitudes sin nada. No lo dudes: el dolor, el deseo, aquellas alegrías, tienen cobijo en la materia inaudita, que hombres oscuros laboran con rencor extenuado. No dejes tu voz a merced del eterno: allí, sobre la mesa, el poderoso vino, su sabor cosechado, busca en tu mente el temporar que acorrala, el murmullo roedor, el lóbulo de dicción implacable. Si te vieras, si dieras con vos en el cuerpo de otro, el peón de los confines agrarios, sentirías rugir tu indolencia en los sembrados del lucro: frutas, verduras, carnes y especias, el pan ancestral, cualquier alimento, sea con gula o desdén tu masticar necesario, el agua, la ternura del hábito en el café matinal, el tabaco, el humo que tiende arabescos de imagen, todo lo mezcla el trabajo, lo sufre, lo paga, diagrama en tus gestos contornos mellados. El amor no es igual para todos. Así lo justo y lo injusto, la perfección del acontecer y la pena del mundo, los dueños que gozan y el sudor que fabrica, todo gira y se empasta bajo el trillo gigante. Eso que ves, Musulmán, desde el portón de tu casa, la extensión impasible, el orden intenso clavado en las mieses, arados, azadas, rastrillos, la lenta carreta y el temblor de la yegua en las lomas del alba, todo se instala en la espina remota, en el hierro, en el arma, en el hambre que mata y devora, mientras hiede la luz y tus manos esperan la noche, el papel, el desvarío gramatical, el dictado perdido que jadea y estalla.