Daniel Samoilovich
Mm...
Mm...
¿Quién pegó los vasos a la mesa?
A cada rato parece que fuera
a comenzar una serie feliz de asesinatos:
me acuchillás, te doy con la botella,
o, entre los dos, matamos al mozo.
Pero el crimen se evapora y las cenizas
de los cadáveres que no producimos
lo ponen todo gris, funesto:
ese mantel manchado, la espera,
mm, esos silencios, era necesario
que nos hicieran daño: era necesario
que daño nos hiciéramos, un dios
atolondrado tenía que ser
el que nos dio como únicos juguetes
los cuerpos, tan simples y tan raros.
Cuando el paisaje se vuelve complejo
(y siempre se vuelve complejo)
ya no sabemos qué hacer con ellos.
No podemos seguirles el tren
como los ojos siguen
entre los techos el vuelo de los pájaros.
Ahí va uno: todas las veces adivino
el sitio exacto donde van a apoyarse
y esa intuición que con astucia
benevolente el pájaro confirma
parece trasuntar un favor más vasto, el de los hados.