Luna Miguel
MALA SANGRE (VII)
MALA SANGRE (VII)
Porque cuando era pequeña mi madre solo me cantaba a los clásicos. Mi madre es arqueóloga y estudia a los fenicios. El día que presentó su tesis se equivocó y dijo Fecinios. Mi madre es una mujer clásica atrapada en este mundo clásico. Mi madre es paciente y cariñosa; le gusta achucharme. Mi madre y yo nos damos besos en la boca cuando nos abrazamos. Mi madre fenicia trataba de describirme los dedos rosados de la aurora en Homero, trataba de explicarme sus metáforas y luego yo no he sabido inventar ni una sola. Quizá porque ya las aprendí todas hace años. Quizá porque todas me recuerdan a ella. Mi madre no me leía La Ilíada sino La Odisea. ¿Cómo voy yo a leerte La Ilíada, Luna?, me decía. ¡Es un libro demasiado sangriento para una niña pequeña! ¿Demasiado sangriento? ¿Demasiado sangriento? La sangre es el néctar de los poetas. Toda la sangre es digna de un poema. Todo lo que menstrúa es digno de un poema. Demasiada sangre para una niña de cuatro o de cinco o de cien años. Mi infancia fue larga y alegre. Mi infancia terminó con el primer beso del primer gato y volvió a empezar con el último beso del último insecto. Ahora vivo mi segunda infancia. Mi cuerpo de nínfula sin cicatrices. Mis axilas de Monelle, sin vello ni olor. Mis pies diminutos. Los dientes de leche. La niñez no tiene por qué corresponderse con la inocencia. La niñez no tiene por qué corresponderse con la pureza. Sin embargo la felicidad era lo puro de un cuerpo. Lo pulcro de un cielo que nos guarda los párpados. Que nos mece y nos engaña. ¿Qué es la pureza?, preguntaba Dono. ¿Qué, la felicidad? ¿Y el viento? ¿Y las gasas? ¿Y qué son las monedas amarillas de los pobres? ¿Qué son los anillos?
¿Qué son los noticiarios?
¿Qué son las amapolas?
¿Qué es la heroína?
¿Qué es la voz?
¿Y la familia?
¿Y los otros?
¿Qué es el fin del mundo?