Tomás Cohen
LA MADRE NIÑA
LA MADRE NIÑA
Las piernas de la niña salvaje
y habladora, sus magulladuras
por correrías entre zarzas, cercas,
son surcos blanquecinos
que asomarían el original de greda
en cualquier escultura de bronce.
Niña, yo también quiero tener la mejilla embarrada
y las aventuras escritas con zarza en los tobillos
y los pies descalzos
sobre la esponja del musgo embebido.
Y a voz viva,
desde la última rama que pueda sostenerme,
aullar lejos también una bandada
como sombra hecha trizas, como dados arrojados
hasta alcanzar la próxima generación.
Tienes trece años, es de noche,
y falla por fortuna la luz: el apagón
que guardará con claridad este verano
por el resto de tu vida.
Tras arrastrar una silla al patio
te quedas sorbiendo más estrellas,
cada minuto tiritando más
constelaciones frutales en el viento:
su ritmo mora, rosa mosqueta—
tus latidos.
Niña, esa noche
es sabor de saberte
ser mi ingrediente favorito:
a fuego lento, con receta en retroceso,
te haré mi madre, para oír ese ritmo
pulsar, yo mórula, voluta en
nebulosa de endometrio.
La escojo dulcedumbre,
la escojo madriguera.
Yo naceré de ella
pero no en el futuro:
porque, quizás, la niña salvaje
ya es mi madre en esta vida
y esa noche con apagón, mayor de estrellas,
es cuento de mi autora.