Miguel Ángel Petrecca
En otras palabras
En otras palabras
Entonces empezás a contarte una historia.
Todo lo que es viejo y parece nuevo,
todo lo que es nuevo y parece viejo
entra en esa historia, y lo perdido también,
y lo encontrado, y lo que empezaste
sin saber si podías terminar. Al principio
es una historia sobre vos mismo, sobre el rencor,
celos, ideales abandonados, intuiciones,
la furia con la que mirabas ese año
el atardecer desde un acantilado.
Luego, otras personas entran en la historia,
y la historia de alguna manera cambia de escala,
no es que no se trate más de vos, pero ahora
también hay otros, y quedaste al margen,
en cierta manera, de tu historia. De nuevo
entonces, el rencor, las borracheras, arranques súbitos
que te permiten subir las escaleras a las zancadas,
para golpear en la puerta equivocada.
“Sólo existen las puertas equivocadas”, leíste
ese día en un sobre de azúcar en un café
donde esperabas la llegada de una persona,
pero en lugar de la persona lo que llegó fue una historia,
otra, que terminaba con alguien golpeando una puerta
y bajando la escalera en la oscuridad.
Al principio seguís golpeando puertas
con furia, reclamando lo que te corresponde.
¿Pero a quién reclamarle por un malentendido,
por la simple aplicación desinteresada
de un axioma? Es la vida, en otras palabras,
y siempre son otras palabras, de hecho. Días de lluvia,
olores que vuelven, aserrín en los escalones de un palacio:
hay una constante en todo eso. Tendrías que encontrarla.
Llegar a decir, con una voz triunfal:
“En otras palabras, esto es lo que quise decir.”