Tálata Rodríguez
En el bosque del sonambulismo sexual (Remix)
En el bosque del sonambulismo sexual
no fumo nunca caminado,
excepto si estoy fuera del país.
En el extranjero, además, levanto la vista.
Y no demasiado:
apenas por encima de la cabeza.
Así que, a dos o tres cuadras de distancia
desde el punto en el que me encuentro,
la perspectiva hace que mis ojos
se posen sin esfuerzo en las cúpulas nevadas.
¿Qué es esto? ¿Rusia?
Se sospecha que el mundo
es mucho más que un sistema de tubos,
pero lo cierto es que yo salgo de casa
solo para ir a dos lugares,
a tres como máximo:
al supermercado, al kiosco, y excepcionalmente al río,
en cuyas barrancas leo y donde a veces creo soñar.
No tuve más remedio que levantarme
y dar una vuelta en redondo por el living
con el mentón en una mano, sin preguntarme nada.
A las tres de la tarde, agobiado,
bajé y fui al bar de la esquina a tomar una gaseosa.
Me senté a la barra. En el televisor un grupo de leones
devoraba a su presa - una bola de cuero y sangre -
mientras su esposa se pasaba la lengua
por los bigotes empapados de rubí.
Afortunadamente no era de noche,
como había pensado;
el sol caía a pleno sobre cada flor,
sobre cada pétalo de cada una de las flores
que un anciano juvenil regaba
recordando quién sabe qué.
Cruzamos la plaza en diagonal
y nos instalamos en la esquina
al otro lado de la calle y,
como todos en en ese momento,
levantamos la vista al cielo:
desde una nube redonda,
mínima,
llovía sobre un auto estacionado a metros de allí.
Era un Volvo morado, nuevo,
con las ventanillas abiertas
a pesar de que no había nadie en su interior.
Un pelo en la púa del alambre.
Ondulación imaginaria
del viento.
Antena de la pava, ¡salvaje!
Verde, ¡qué nadie toque nada!
¡Qué nadie sepa a dónde voy!
La silla,
el plato,
la cabeza.
a), b) y c), motor prendido.
Algún relicho, alguna luz.
¿Vuelvo?
Puse un codo en el apoyabrazos,
encogí un pie, me agarré al asiento con una mano
y por último empujé con toda mi alma hacia arriba.
Sola,
y echándome dramáticamente
el abrigo sobre los hombros.
Relampagueaba.
Y sin embargo torpe no soy.
No recuerdo que se me haya caído nunca
nada de las manos, por ejemplo,
ni haber chocado alguna vez con algo:
soy veloz, firme y delicada.
Y aún más durante la noche
que durante el día
como un fantasma.