Armando Romero
El suico
El suico
Voy a decir que "el sucio" no era un acólito
hecho de polvo y en polvo convertido,
sino adobado por la mugre y los excrementos.
En su rostro se veían negras vetas de sudor
petrificado en la frente y las mejillas,
y sus manos eran largas garras oscuras.
El pelo de erizo estaba macerado por resinas
y grasas pestilentes,
el hábito de negro rechinante endurecido en
capas espesas e inmundas.
Manchosos de amarillo verdoso los dientes cariados,
roñosa la barba.
Mugroso era "el sucio"
que espantaba moscas y cristianos
al sólo levantar el brazo.
Su aliento, su olor todo,
era un escudo contra los intrusos
cuando no era fatalmente homicida.
Atendía "el sucio" la máxima de San Jerónimo:
"No necesita lavarse de nuevo,
aquel que una vez fue lavado en Cristo".