Luna Miguel
MALA SANGRE (VI)
MALA SANGRE (VI)
En aquel tiempo yo leía a Beatriz Preciado y mi madre estaba sana. Un año después también tendría que visitar a mamá en otro hospital de otra ciudad y de otro fin del mundo (pero eso ya es otra historia). Yo leía a Beatriz Preciado: aquel libro sobre testosterona, cuerpo, mutaciones, medicamentos, jeringas y sexo. En aquel tiempo no vivía en Madrid. Por eso todo me daba asco. El mundo, fuera de la capital, era un hospital enorme con úteros y sogas, y páncreas colgando de las puertas... y el pus, el poema segregado como pus de Panero. La felicidad consistía en salir de todo aquello. Asistir a fiestas. Bailar desdentada. Comer desdentada. Follar mucho. Pensar en el dinero. Ser feliz sin todo aquello. Ser feliz a costa del abandono a los infelices. Esos infelices que me aman. Pobrecitos. Pobres infelices. El malestar era mi familia. El malestar era comprender a los demás. Comprender a mis abuelos. Comprender a mis primas pequeñas. Comprender a los bebés que desconozco. A los que nunca he tocado. Mira qué mundo le entregas a esos bebés. Mira qué mundo les das y qué olor les das y qué sabor les das: ¿es néctar acaso? Pero si Ellos eran el malestar, ¿qué es lo que ahora me entristece? ¿Qué es lo que me entristece hoy si mi casa no es un hospital, si mi cuerpo no es un bisturí, si mi enfermedad no son los otros, si soy yo...? ¿Soy yo? La felicidad no puede ser experimentada ni por los amantes ni por los egoístas. Siempre he sido una egoísta. Eso me dice mi amado. Eres egoísta y das asco. No quiero decepcionar a mi amadito ciego. A mi gallinita. El amor es la felicidad. El amor no es la felicidad. El amor es ese cuento de Cortázar que mi padre me leía.
El amor es amarse a uno mismo.
Amarse en la infancia.
Hermosa infancia.
El fin del mundo es crecer.
Qué egoísta.
Ya nadie me lee cuentos en la cama.