Julián Herbert
Gengis Khan
Gengis Khan
Bailábamos abrazados cuando irrumpieron los jinetes
pisoteando el jardín japonés de la entrada.
Sujetaron al pianista por el cuello
y le abrieron el cráneo, musitando:
Play it once, Sam.
Los martinis secaban la garganta
y no hubo un recipiente de vísceras o quesos
que no fuera volcado. Hacia la medianoche,
Gengis Khan bajó de su aposento
vestido de drag-queen y comiendo pastel.
Poco a poco, la fiesta se animó:
manos cortadas en la mesa de Monopoly
y en el Sony una porno situada en Año Nuevo.
Todo un poquito demasiado teatral.
Todo, menos el gallo:
el gallo que, en el patio de la casa,
cortaba con el pico pedazos de tomate
y caminaba alrededor de su vasija
como un guerrero tártaro en torno de la turba.