Fernando Rendón
En flotación
En flotación
I
Cuándo emprendimos la cruenta marcha desde el Apocalipsis de Sombra de Hombre, entre los alaridos de los guerreros, bajo un cielo pánico que hirió de muerte todas nuestras esperanzas y deseos.
Cuándo renunciamos a nosotros para echar nuestra suerte a espaldas del hermano, huyendo a las márgenes del delirio donde las ciudades del infierno ya no se avistan.
Cuándo supimos que las puertas de la primavera se abrirían y no se abrirían a nosotros solos, que echaríamos sin falta de menos a Sombra de Hombre, a quien amábamos desde el principio, cuando no había muerte en las florecidas praderas y los cenagales no habían surgido aún de la mente humana.
De nuevo entonces volver, deshacer en el corazón el nudo de nuestro dulce país herido, la nada de nuestro perdido sueño de una vida compartida en flotación.
II
Las alegres sombras de las guacamayas, refugiadas en las sombras de las copas de los árboles, parlotean sobre la algarabía de las sombras de los simios. La sombra de las frondas danza sobre la sombra del jaguar. Un sol violento es el refugio único de la salamandra. Sombras de nubes lentas sobre sombras agazapadas, sombras que acechan sobre sombras que temen. Una sombra de hombre elude la sombra de otro hombre.
El mar de sombras del hombre que llega se abate sobre la sombra del hombre que fue. Ulula el siempre insomne, el asombrado. Es de noche sobre el riachuelo de luz, que desemboca en la pupila de Sombra de Hombre, adhiriendo la sombra a la claridad.
III
¿De qué sirve al hombre su sombra en el desierto? La sombra de un árbol pesa más que la sombra de un hombre. En el desierto, la sombra de los insolados sabe que el paraíso es una sombra verdadera.
IV
“Las piedras gritarán”.
Piedra, talismán que elegía a los príncipes, hueso de la presencia y el principio, reconozco tu espíritu sagrado.
Nuestros antepasados cavaron en la piedra de los encantamientos, entraron en la casa de piedra de los conjuros, donde la vida invisible habla.
Prehistórico reloj de luz, la sombra da vuelta a la piedra, que escucha los latidos del corazón del hombre.
La lira de Anfión alzó las piedras flotantes de Tebas. Voces brotadas de la piedra recorren el laberinto del oído.
Descendido de la piedra del sol y anegado de sombra, el hombre ya no escucha a la piedra, que canta.
V
Lapidarios revelan secretas transformaciones de los sólidos, nuevas emanaciones de la pulsión del alba, desde el corazón de la piedra que el rayo habitara un día, antes que un agua sin orillas emergiese bajo la luz flotante, fraguando un entretejido de flores y animales, para hacer una patria del bosque.