Luna Miguel
MALA SANGRE (I)
MALA SANGRE (I)
La felicidad no puede ser experimentada ni por los vivos ni por los muertos. Eso me dijeron los que dibujaban tus ojos en un pañuelo blanco. Los que me tentaban: si otra persona, si una sola persona recuperara antes que tú este pañuelo, los ojos de tu amado desaparecerían para siempre. Los ojos. Desaparecería para siempre. Tu amante. Los ojos de tu amante/amado como una gallinita ciega. Ven. Date prisa. Tómalos la primera. Los otros niños corren más que tú. Tómalos antes que ellos. Nunca ganaste al juego del pañuelo, pero aguanta. Aguanta esos ojos estériles. Aguántalos sangrantes en tus manos, en tus globos oculares, los ojos sobre los ojos, y más ojos sobre más ojos. Introdúcelos en tu organismo. Pez de tres ojos. Pez radioactivo de dibujos animados. Toma los ojos de tu amado. ¿Cuántos ojos hacen falta para ver el mundo? ¿Cuántos iris, para creer en el amor? La felicidad es ciega, dicen. Nadie la ha visto. A todos nos mienten sobre su esencia. Que si mariposas en el estómago. Que si cucarachas en el pecho. Que si larvas en las varices. El terror también es ciego. El amor y las cosquillas. Nunca me gustaron demasiado las cosquillas. De pequeña mi padre me tomaba de las caderas y me hacía cosquillas. Presionaba tan fuerte mi carne que yo solo podía llorar. Debía llorar. Cuando la risa de la cosquilla se convierte en dolor. La infancia era dolor. La infancia era pesadilla. A veces mi padre me leía cuentos de Cortázar y yo solo temía por mi vida. Personajes extraños y apocalípticos rondaban mi cabeza por las noches. Los cronopios como monstruos. La infancia era cronopio. Las historias de Cortázar como el peor cuento de terror que se le puede leer a un niño. ¿Acabaré desdichada? Pensé. ¿Será mi futuro el de un cuento de Cortázar? ¿Respiraré bajo la tela gruesa de este jersey naranja? ¿Me encontraré conmigo misma de frente, en mi sofá, leyendo mi propia muerte en un papel? Me dijeron: toma los ojos de tu amado. ¿Y yo? ¿También acabaré ciega?
Decía,
¿desdichada?