Diana Garza Islas
TAN HUESOLITA QUE TE IBAS
TAN HUESOLITA QUE TE IBAS
La desnudez esa tan cambiante
que asocias con espigas.
Rejas acaudaladas entre.
Secuencias de pasto
sobre pasto: piezas que devoran
el color de otro río bajo el hueso.
Acariciar su boca es La Dolida. ¿Y
cuántas tienes tú? ¿Cuántos armarios
exclusivos de voz?
¿O era sólo por decir
esto otra vez?
Tu cabeza, ceñida, con cinta negra mate al beso.
Tu maleta.
Tu disponibilidad de sangre. Tu disponibilidad
de azul. —Trasmitiendo
desde el averno, en vivo—.
Y no la certeza de esa calaca contemplativa
sino que el acto
de sugerir que te quedases
tampoco significaba que te quedases.
Como sistematizar el acto de una capa
a medianoche.
A contraluz.
A rompeviento el gas.
El artefacto monolítico, esperanzado en avenir
cuarenta veces por segundo
su río sintomático a desear el sol:
Su lava el sol mi rueda
mi arma
mi andadía.
Su lava el sol contiene
Por decir que: la trama
/ se tensa.
O como localizar ese gesto que uno hace al asir
la mano con ajonjolíes, por decir que ayer
ante una pantalla, roja
era dividida la cara de la cara de alguien más.
O como localizar con una pluma láser un punto en el pasto
para imaginar una cueva.
Mi cueva.
O, por decir algo,
como localizar el modo correcto en que se deben
girar los ojos al ver
los huesos de tus padres en el pasto;
calladitos.