Tálata Rodríguez
Bob
Bob
Supo que Bob Dylan había escuchado su salvaje versión de “It aint me babe”*. Se lo comentó alguien al pasar en una fiesta y todavía lo recordaba a pesar de la nube confusa que era la noche. Estaba avergonzada, no sólo, porque Bob Dylan la escuchara a ella, “una minita que apenas sabe tocar tres acordes”, sino porque había grabado la canción tras una pelea y tenía los ojos hinchados como pelotas. Y lo había hecho en video, en español, en una sola toma, pero la idea, la idea, era ingeniosa: la chica a la que el joven Bob canta “no soy yo, nena, no soy yo el que buscás” usaba los mismos argumentos a su favor para decir: “no sos v,os, nene, no sos vos el que busco”. A su manera de entender, reivindicaba a aquella mujer cualquier hija de vecino que exige a su hombre lo que cualquier hija de vecino debe exigir. Pero no cualquier hija de vecino era la dueña del corazón de Bob aunque le inspirara, sí, más de una canción recordada generación tras generación. Todavía recordaba la escena cuando sonó el teléfono y una voz fresca y extranjera le dijo: “Bob Dylan quiere hablar con usted”. “Soy cocinera, que venga a cenar”, no dudaba era el año del dragón y todos los planetas bailaban a su alrededor. se puso un batón que olía a flores. Hizo su lista de compras, y compró: Plátano, batatas, hongos shitake, uvas… cerezas. Cocinó sin parar todo tipo de cocciones:, al vapor, crudas, hervidas, puré, al horno, fritas. Vista desde arriba la mesa parecía un mandala o la cola abierta de un pavo real. No se detuvo a pensar si estaba muy nerviosa, si no estaba cocinando algo, estaba lavando algo o cortándose el pelo o pintándose las uñas de los pies. Sonó el timbre. Llegó Él. Como en los sueños en los que tevas a morir, temía que al ver a Bob la imagen se desvaneciera y se despertara en una cama doble con el costado derecho de las sábanas estirado. Pero bajó, y subieron y tomaron un fernet con soda y limón. Y no había música pero en todo lo que él decía ella escuchaba una canción mientras respondía, con exagerados gestos, sobre las cosas que comían y viajar por el mundo hasta que él, con el sombrero de la noche del cazador, un aro en la oreja,señala el libro y le pregunta: “leíste a Fogwill?”.
Ella Grita. Explota. Estalla
Da un saltito hasta agarrarle el brazo con la mano que sostiene el vaso. Habla del viejo Frog con el viejo Bob. Incluso se atreve a hacer una comparación sentimental y absurda entre Los pichiciegos y Changing of the guards. Pero cuando escucha al viejo Bob decir: “En 1978 yo también hice el amor con una muchacha punk, como vos”, se excita y va a buscar el postre: una cereza.
Una cereza.
“Este es el postre”, dice y el viejo Bob, que tiene todo de viejo, viejo diablo, viejo Fogill, muerde el cachete más jugoso de la fruta y con los dientes morados de jugo la tira sobre la cama. Y ya no es el viejo Bob, este crooner de estadios, sino el joven judas de la guitarra eléctrica. Y le lame el cuello con su lengua poética, y ella se siente una guitarra, una canción, “It ain´t me, babe, no no no no”
Pero despierta. Despierta en una cama doble con el costado derecho de las sábanas estirado. Su hijo durmiendo en el cuarto. Autos veloces sobre la autopista como sueños fugaces. Toma dos tragos de agua. En el comedor,
el sol
dibuja su jaula.