Al principio sólo hay uno, pero al rato son una parvada
aleteando con sus alas chuecas
delante de mí —la oscuridad barriendo el cielo.
Miro como si viera una obra de teatro, un drama de la naturaleza.
Un cuervo solo es un misterio, una parvada de cuervos es el miedo.
Los humanos no pueden escapar
del pasado, escapar de la conciencia —los cuervos
que vuelan dentro de mí: brujería, profecía, despertar prohibido.
Me siento, limitado: creo lo que no entiendo,
confío en lo que no creo, como un país
construido sobre bases equivocadas que fabrican un falso enemigo.
Extraño los días de juventud, la reja del lenguaje
todavía por levantar —sólo imaginando, recordando—
y los cuervos negros y la nieve blanca opuestos salvo uno,
una belleza, una paradoja en el paraíso —desaperecer
significaba ser eterno— ahora miro, y los cuervos se tornan ficción,
volando fuera de mí— no están aquí realmente, dando vueltas en el silencio antiguo;
no están aquí realmente, con sus moradas en lo alto, por los techos de vídrio.