Paula Abramo
Dafne
Dafne
Pero ella, sin pensar en amantes,
prefería andar entre bestias
por las sombras de la selva- ¿Dónde
empieza un cuerpo y termina otro?
Sin cuidado, vagaba por veredas.
De punta roma el plúmbeo dardo del rechazo
albergaba en el pecho y en la piel:
feraz = feliz. ¿Dónde aflora el yo
en tuya convertido? ¿En qué punto del muslo
descubierto
por la falda corta?
Entonces, por capricho, el hijo cupidinoso de,
el hijo de,
ya teniendo por suyo lo deseado, nescis
temeraria, nescis
quem fugias, mascullaba,
arguyendo el fulgor de papi
de papi los relámpagos tonantes
y sus blancos palacios de Patara.
Juzgaba hermoso, el hijo de
el pánico creciente,
que más visibles las formas,
mas ceñida la ropa
hacía en la fuga.
Al descubrir el peplo esos muslos
por la fuerza del viento,
su yo ya no era yo: era suya.
Peneo, agraviado,
remo de río sedente,
ante los jueces
la palabra
meter
citó incansable, dijo
por ejemplo:
meter mano:
y también dijo: la metieron a una casa en Costa de Oro.
Exhortó de padre a padre, de hombre a hombre,
que nuestros bienes, que nuestros
sagrados penates,
nuestro honor y
nuestras hijas: dulces tierras de labranza.
Y también dijo: le metieron miedo y madrazos,
de apolo los chacales. La virtud de mi hija
¿quién me la devuelve?
Dijo “virtud” y dijo “me” la devuelve. Dijo: Mi hija, mi tierra
de labranza: se metieron conmigo.
En mi terreno.
La metieron a una casa en Costa de Oro.
Pero ella reiteraba el “no, no quiero”.
¿Dónde empieza un cuerpo y termina otro?
Desoyeron Apolo y sus chacales
la repetida negación. Y ella el no
transmutó en árbol: mas al árbol
-pues bultos poseía
que senos semejaban-
desoyeron igualmente
apolo y sus chacales
y metieron mano: manosearon el tronco
silencioso.
Luego, saciados, celebraron,
tocados con fragantes hojas,
sus propias glorias sempiternas e indelebles.