Margarita Castells Criballés 

Übersetzer:in

1

Viandantes en la acera

Noche y día van y vienen,

antes de la guerra.

El ayuntamiento ha vallado la acera

y han escrito: «En reparación»

Noche y día van y vienen

reparando la acera por error.

2

Los niños 

Les da igual:

lo importante es que se vayan,

aunque sea al regazo de Dios,

vestidos de fiesta mayor.

3

Las chicas bonitas

Por el resplandor de sus ojos

sabemos cuántos celos se tragó el cielo 

hasta inventar el rayo.

Y, al llegar el verano,

ha enviado misiles por despecho.

4

La madre

De temor por los hijos

estoy embarazada.

5

Un hombre disgustado

¡Gracias, balas¡; ¡gracias, morteros!; ¡gracias, guerra!:

Por fin, ¡por fin!,

han desaparecido los mosquitos.

6

La mujer y su poeta

Cuando hablo conmigo, tu alternativa es escribir,

y vas hacia tus papeles 

con los andares de un sonámbulo.

Si supieras cómo, por ti, sufro al bailar.

Este bombardeo,

simples ritmos, simples ritmos... 

7

El hijo de los vecinos

Lo tiró por el balcón

y le comunicó:

«El cepillo impregnado de tu perfume es ahora propiedad de los nuevos migrantes».

8

El soldado que corre con su hija desangrándose

Lanzó el arma,

lanzó el papel del permiso 

y corrió entre sollozos.

Cuando volvió, sin ella,

dijo a su mujer: «El satén son sus albricias; las manos, los corazones,

todas y todos, son pólvora».

Te escribo desde los confines de la masacre: 

el aire huele a sangre, 

el sabor del silencio nocturno es odio resecado.

Mientras presiono el teclado, 

otros presionan sus pechos sollozando,

no dejan de golpearse la cabeza contra las paredes, las paredes del aire.

Mientras gritan desesperados a los oídos de sus muertos,

te llamo, cual doliente, viuda y huérfano;

te llamo, en el calor del dolor reciente.

Te escribo para llamarte,

no para que respondas ni para que vengas,

sino para tranquilizarme. ¡Cuántos gritos tengo todavía dentro!

Pierde la brújula cada día,

la pierde cuando se da cuenta que el camino no conduce a la montaña.

Al cabo de un minuto,

recuerda que abandona la ciudad

donde todas las calles conducen a la montaña.

Pierde la brújula

y entiende que, quien pierde una montaña,

no volverá a ser el mismo.

Lo entiende como una maldición:

los que pierden sus montañas, 

vivirán sólo en sus espejismos.

Sé que son las diez de la mañana,

sé que es el ocho de junio,

pero de nada estoy seguro.

No estoy seguro

de si eso era un jardín.

No sé porqué las flores huelen a pólvora

ni sé si aquello son ventanas 

u ojos mortecinos. 

¿Llueve o eso es saliva de algún torturado?

Y aquello que se eleva velozmente

como un relámpago negro,

hacia arriba,

¿es un pájaro o un grito?

Sé que son las diez

de la mañana de hoy o quizás de la de ayer,

tal vez de una mañana de antaño,

aunque ni siquiera fuese en realidad una mañana.

El sol está secuestrado 

y la luz restante no puede pagar

a las nubes el rescate.