Vicente Luis Mora 

Übersetzer:in

cielo nublado. en el margen del cuadro hay ramas
tendidas sobre el agua, largos dedos

se estiran hasta muy afuera, sosteniendo el mar
en la bahía. mirado con más atención,

el horizonte no es plano, sino surcado
levemente, la luz se toma un tiempo

o vuelve presurosa de las olas, según
la rapidez de ajuste de los ojos

que van siguiendo el brillo, a las ramas
ya les alcanza por entero el tiempo, quedan blandas

y tersas en la piel, sobre las manos
el agua se estanca nerviosa y la bruma

al poco difumina los contornos, las estrías breves,
al margen de este cuadro, de la punta de los dedos.

encalado áspero. los tensos alambres
a la terraza daban aquel aspecto

ordenado, que la mirada en su agudeza des-
articulaba. las líneas y filos crudamente

dibujados. duermevela de los gorriones, el crujido
orvallaba de los pinos. fue el tono

de los calvos troncos el continuo discurrir
del agua contra piedra. escalonadas rocas

y debajo el hormigón bruñido. cal
y cristales en esquirlas. un sendero practicable

desde el ojo hacia el oído. como el alambre
tenso fijaba su mirada en el espacio contra

lo que rodaba. encalado aún. que largamente
se podía palpar desde un costado.

claros contornos, la luz
yacía tras los botes, el puerto

sostenía el atardecer y las colinas
aparecían en la otra orilla

des plegadas ante el ojo

se desleyó el calor con lentitud entonces
desde el balcón y se distraía fácilmente

de las cosas la vista. comenzaban a arder
en las ventanas blancas antenas parabólicas

y las verdiazules encapsuladas primeras luces.
cuando los ojos quisieron distraerse

entre letreros de anuncios una roja
y refulgente bolsa de la compra, volando

ya muy alta, pasó flotante dejándole
a la vista lejos y más lejos apoyo

hasta asentarse blanda y mansamente
tras los párpados.

las paralelas de los cables del telégrafo sobre el esqueleto de gres
las nubes que van hinchándose tras las colinas
el ajustar de las pupilas. el horizonte oblicuamente iluminado

el frescor de la cerámica en el dorso de la mano, la presión
del vello contra los aros de las servilletas, la perspectiva
de los recuerdos apilados

el ángulo en sombra de los niveles, la ranura umbría
de un rellano, con un alambre gris tensado encima
tachando los techos, las terrazas que menguan

el repiqueteo sucio del agua de limpiar en las fugas de alquitrán
el color herrumbroso de la hiedra, los gruesos terrones de azúcar
sobre la piel metálica de la fragata en el puerto: placa por placa

plasmo de imágenes para el futuro, preño
la hoz del mar quebrada de la imagen y lleno de la cal
bajo las uñas, la arena y este cielo devenido al azul

la mirada replantea al campo su vago viaje
elige como medida la lengua reto-

mo-nosílaba cal y cruz y cinc y quién
tras quién los nombres junta con las uñas

mechas de arcilla bloques capas de pintura
salpicados en las tumbas… unser vater

schnitze seine trockenen haut una cifra
de madera ... die hände  la mirada se descongela lenta

y se arrastran los dedos por la piedra moños
y coronas de rosas con una gruesa decolorada

tela una luz borra las huellas y cae vertical
sobre la superficie de granito el polvo encarcela

los nombres la boca persigue
lo putrefacto para humedecerlo y en silencio

se desprende la piel del paladar la voz

sobre la línea del muelle. puntos separados, el agua
relumbra en amarillo cuando el sol murmura

por las nubes, la mano se curva para mantener
la luz en el iris, y las pestañas cuelgan en la imagen

el surco del párpado, del que salen las velas, branquias,
deslizándose, y la orilla se mueve  

encarrilada al puerto. el cabello se ondea por el viento
que acopia fuerzas desde lejos, sobre la piel de las casas

despiertan contracturas, y las persianas
baten por asfixia. como si todo dependiera de ese ritmo

de las gotas, que caen contra el pretil de la escalera
mas la presión se afloja entre los dedos

emancipando la luz y llevando consigo la cabeza
afuera, hacia las barcas, que ya desde rato parecían

translúcidos huesillos, que el mar de fondo oculta
y muestra.

como si aún colgara un estrato entre ellas
y  la delgada franja de la costa
se remarcaron las nubes, agudamente ajadas
por su borde inferior, y por arriba
un cinto arrugado, donde troquelan las gaviotas
ojales diminutos. al volver a levantar la vista
el vaho asperó la superficie y el viento
se enredó en las alambradas
de justo bajo el agua, las aves
ha mucho desaparecieron, el cielo
aún sostenía, momentáneamente, el aire
que sopló bajo sus alas

encuadre visual: el aceite seco
bajo los bancos, debajo el duro
rajado suelo el ocre de los tallos el tren
que se mete despacio en el andén, pasan casas
los pilares las llantas apiladas la vista
vuelve, palpando el dique por arena y hollín
en los dedos restos de barniz las nerviosas maniobras
del freno de mano tras la oreja que marcan firmemente
sobre la piel el compás. todo hasta el límite
se nivela al vaivén de la nuca, repiquetean las pulidas cuentas
de la cadena, cámaras y el cliquear
de los ojos al levantar la vista, la tímida mirada
tras la ventana, a cierta distancia
él persigue el viento, otra vez cercos entonces
que sostienen la arena polvo eucaliptos
el día se abandona en las colinas
encima el sol, tranquilo, una mancha clara
en la imagen del paisaje, en cualquier lugar atrás
el tictac del mar

plano gris una semiesfera
bajo cúpulas en transversal peso
de un arco que es la altura
para tomar medida del espacio

se porta la construcción cubierta
coloreada dúctil azul un rojo
tono pequeña bifurcación de cámara
nervada en lo más tenue hasta

que sogas tras de un leve giro
varias secciones transversales entre
los lados la medida
cifras presagian y sentido

río de lo diminuto a través
de canales comprimido un asidero
al serpenteo por delante: lo epidermado cosía
taxativamente el redondel

circunda un solo ojo