Edgardo Dobry
San Pietro in Vincoli,
San Pietro in Vincoli,
año cientodós después de Freud
para Francesco Tarquini y Primarosa Cesarini
Sforza
Entrar en la biblioteca, el paso quedo,
y abrir el último
fichero de la M: después taparse
un oído y el murmullo
a varias voces escuchar sobre los hilos
de la barba del Moisés de Miguel Ángel:
Lübke sostiene que,
estremecido, “se toma con la mano derecha
la majestuosa cascada”; Grimm levanta
su dedo sajón y solicita
no olvidar que con el codo
de ese mismo brazo el patriarca
contra su flanco aprieta
las Tablas de la Ley.
Springer por su parte resopla
y exclama que el gesto de la mano
es inconsciente y prefiere
hablar de “ondas imponentes”.
Sigmund Freud estuvo en Roma
en 1901 y trepó las inhumanas
escaleras de San Pietro in Vincoli
desde “el poco agraciado Corso Cavour”,
midió la estatua muchas veces, la estudió
durante horas (todo se parece a como él
lo describiera, salvo que el Corso Cavour
está mucho más feo aún y hostil por el exceso
de tráfico y en la iglesia hay un cristal
que impide acercarse al monumento funerario
del papa Julio II donde protesta un cartelito:
“è vietato sostare di fronte alla scultura,
lasciare spazio ad altri turisti”).
Freud vio en el índice abierto de la diestra mano
y en la estirada espiral de la gran barba
el resto de un gesto concluido
y un anuncio del que está por empezar:
“El pie todavía muestra la acción insinuada
y enseguida sofocada, como si el gobierno
de su persona fuera de arriba para abajo”.
Vio que las tablas estaban invertidas
y creyó ver que ese Moisés renacentista
no era del todo el de la Biblia.
Mejor en este punto quitar la mano del oído
y sustraerse a la disputa que siguiera
en torno a la posición de la cabeza.
Esa cabeza de gallo con dos crestas
echada hacia atrás rígidamente, a punto
de lanzar el picotazo. El gesto tan parecido
al de mi abuelo Moshé, su mirada ardiente
de sofocada indignación aquel viernes
cuando, sentado yo en el mostrador de madera
de su negocio de calle San Luis, sobre dos catálogos
de bombachas y corpiños recién llegados por correo,
le dije: “Sheide, explíqueme qué cosa sea la Cábala”.