Dolors Miquel

While they are being taken to the slaughterhouse, the cows beg for their lives, licking the hands of the men who will sacrifice them.
  My mother, says the one with the long black apron, when she made me cakes she would put on an apron of flowers, and I became a little God of the home.
Mine, says the youngest, put on a blue one with lace while she cleaned my room and sang a song where I am her angel. You are my angel. You will always be my angel.
  Pretty cows with a tender look, says the one with the wolf's mouth and the soul of the moon, with an apron like this one but white, mine would spend the day cutting pieces of corpses behind a counter and I would see her sitting on a tall stool, so high that around my head flew six vultures and the eagle of the eternal snows. But ... why were you born here? In India you and your children would be sacred!
  Lovingly, they bring their heads closer to the aprons that will hold their blood minutes later. They lick them. Mothers and daughters lick them. They know. They cry. They do not want to go into the quiet night.
  Listen to us, they tell them along the long corridor that crosses the life of men and things and that is life. Listen to us, they tell them and they sing the poems that make the clouds weep and that return the rain to the meadows century after century. But not the hunger of the men who already hold the sharp weapons.

Mientras son conducidas al matadero las vacas suplican por sus vidas lamiendo las manos de los hombres que las sacrificarán.
  Mi madre, dice el del delantal negro largo, cuando me hacía pasteles se ponía un delantal de flores y me convertía en un pequeño Dios del hogar. La mía, dice el más joven, se ponía uno azul con puntilla mientras limpiaba mi habitación y cantaba una canción en la que yo era su ángel. Tú eres mi ángel. Tú siempre serás mi ángel.
  Bonitas vacas de mirada tierna –dice el de la boca de lobo y alma de luna, con un delantal como el de ellos, pero blanco–, la mía se pasaba el día cortando trozos de cadáveres tras un mostrador y yo la veía sentado en un taburete alto, tan alto que alrededor de mi cabeza volaban seis buitres y el águila de las nieves perennes. Pero… ¿por qué nacisteis aquí? ¡En la India, vosotras y vuestros hijos seríais sagrados!
  Amorosas, ellas acercan la cabeza a los delantales que pronto contendrán su sangre. Los lamen. Madres e hijas los lamen. Lo saben. Lloran. No quieren entrar en la callada noche.
  Escúchanos, les dicen por el largo corredor que atraviesa la vida de hombres y cosas y es la vida. Escúchanos, les dicen y cantan poemas que hacen llorar a las nubes y llevan la lluvia a los prados siglo tras siglo. Pero no el hambre de los hombres que ya sostienen la afilada arma.